Ahora que tenéis tiempo y solo os veis a vosotros mismos, fijaos bien en vuestro cuerpo. Qué prodigio de la naturaleza.
Empezaré por las manos, tan perfectas, con esa disposición ideada para agarrar, amasar, tocar, coger, acariciar, apresar. Todos los movimientos que puedes hacer con las manos y tú ahí chupándote el dedo.
Qué decir de los pies, el soporte del muñequito: te cortan los pies y ya puedes buscarte unas ruedas, así, sin más. Por cierto, echaos crema para las grietas y cortaos las uñas, que hacéis heridas de guerra.
En general, la piel es esa capa de superhéroe que nos permite sentir escalofríos, cosquillas, dolor para evitarnos males mayores (rollo dejar la mano sobre la vitrocerámica ardiente demasiado tiempo) e incluso deseo.
No voy a dejar para el final esa parte, no. Todo el cuerpo es una zona erógena, pero que tengamos tres (o cuatro) botones conectados directamente con el mismo área del cerebro donde se produce el orgasmo es, sencillamente, el milagro de la vida. Porque si no sintiéramos placer, no nos molestaríamos en follar ni para procrear. De este modo, te sintonizan los pezones, se yerguen el pene y el clítoris… y el festival desencadenado te pide repeticiones cada dos por tres, pura drogaína. Gracias, cuerpo, te queremos.
No olvidaré los labios, da igual que sean finos o carnosos, lo importante es que sepan paladear, degustar, pronunciar, darle color al rostro y, ante todo, besar. Que sigan sabiendo jugar con los dientes y la todopoderosa lengua cuando podamos salir más allá del portal.
Lo del olfato a veces sería innecesario, sobre todo cuando no estamos precisamente aislados, pero también tiene su función en el gusto. De hecho, junta los aromas del vino con un buen asado de ternasco bien regado y corres el riesgo de que te estallen las papilas gustativas y se te pongan hasta los pelillos de la nariz de gallina ante semejante exquisitez. Así, todos los días, varias veces, si comes y bebes bien y no te alimentas tal que si fueras una insaciable máquina tragaperras o un mortero de cemento, como todos esos animales irracionales que vuelcan la estantería de los yogures y la de papel higiénico en sus carros de la compra.
Este tartar es una de las deliciosas recetas del chef Branly Coy, que ofrece 14 para una semana de menú en este artículo.
El oído, madre mía, qué regalo divino.
¡Podemos escuchar música! A todas horas, de todos los estilos, para todos los estados de ánimo, de todos los lugares e idiomas del mundo, de voces rotas o prodigiosas o increíblemente versátiles, de instrumentos que ni estudiamos en el colegio, de grandes genios y de productos del marketing que permiten a la industria sostenerse como para publicar también a cantautores independientes… La música es la mejor compañera de viaje y más si te pones los cascos y no das por saco al resto y, de paso, te abstraes de las grandísimas estupideces que dice la mayoría. Que ahora echáis a la peña de menos, pero convendréis conmigo que estamos rodeados de gilipollas.
La vista, mi querida amiga. Sin vista no contemplamos la belleza, ni la de las personas que nos gustan, ni la de los pasajes tan magníficos que el mundo todavía nos preserva por más que se lo pongamos complicado. ¿Qué atardecer vas a ver tu sin ojos, hija mía? Peor aún: ¿Qué pantalla vas a ver sin vista? ¿Qué libros te vas a leer? Yo, por si os apetece bajaros los ebooks baratitos, os dejo el link de mi crónica de La vuelta al mundo de Lizzy Fogg I y II, para que viajéis con la imaginación de mi manita.
Los ciegos sí que valoran este sentido tan práctico que te evita que te atropellen ya no los coches, sino los patinetes; y te permite leer grandes obras de la literatura universal y algún que otro medio de comunicación digno sin necesidad de aprender braille. Por cierto, aquí os dejo un link a mis artículos hedonistas en eldiario.es sobre gastronomía, vinos y viajes, para que le saquéis partido a vuestras pupilas durante el confinamiento. Hasta puedes mirar con atención al otro o parpadearle en plan Betty Boop y provocarle una erección, fíjate qué poderío tienes entre las pestañas.
Me falta un sentido, el común. Residente normalmente en el cerebro de quienes utilizan su coeficiente intelectual, por bajo que este sea. No hace falta ser superdotado, basta con aprovechar la masa encefálica que posees al máximo rendimiento para algo más que darle órdenes a la mandíbula y el esfínter. En serio, el cerebro es el ordenador perfecto: se autorepara y regenera celularmente si lo nutres, si lees, si viajas, si fomentas tu curiosidad y aprendes constantemente, si conversas y no eructas vocablos, insultos o soliloquios prepotentes.
El cerebro es capaz de ordenar letras, palabras y frases y, seguidamente, lanzarlas al exterior a través de tus labios o tus manos. Así que haznos el favor de pensar con la cabeza en vez de con el culo y no contaminarnos con tu diarrea mental. En definitiva, haz que tu calavera sirva para algo más que como cenicero cuando te mueras, ya sea por el coronavirus o por una infección de muelas.
Y agradece cada mañana al diseñador de todo este artilugio que, por el hecho de tener un cuerpo, ya lo tienes todo, incluidas las defensas si te cuidas. Con tenerte a ti mism@, ya puedes echar el día: llevas el gimnasio, la música, la creatividad, el arte, el baile, el placer, el humor y la risa encima.
Estés donde estés, dure este encierro cuanto dure, ¡disfruta de tu vida, que, hasta donde sabemos, sólo tienes una!